Las 09.16 y el autobús acude a su cita puntual.
Hoy creo que va a ser un día normal, mi muleta, que desde hace casi tres años se ha convertido en parte de mi, me acompaña.
Subo al bus pero sorprendentemente no arranca. Me extraño mientras sigo avanzando y me siento. Comienza el viaje.
Parada siguiente y una señora de avanzada edad sube. Asombrada veo como paciente, el conductor del autobús espera a que la señora tome su asiento.
Señor conductor, hoy hablaré de Usted, para agradecerle el trabajo bien hecho, la amabilidad que escondía tras su mascarilla y el cuidado que nos ha prestado.
Uno puede hacer bien su trabajo, pero hay quien además da lo mejor de si.
Apreciado conductor del 49B, si yo tuviera una empresa, no dudaría en contar con Usted.
Desde mi humilde rincón, hoy le escribo, pero por si alguien le conoce o quién sabe, por algún motivo me llegara a leer, le doy mis más sinceras Gracias.
Hoy, no sólo me ha llevado a mi destino, hoy me ha hecho ver la importancia de los pequeños grandes gestos, así, con humildad, profesionalidad y sin pretensión.
Hoy me esbozó una sonrisa y me recordó que estas cosas son lo que somos e hizo de mi uno de diciembre, un avance de mi Navidad.
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